¿No te parece extraordinario y alentador el saber que nada nos puede separar del amor de Dios? Para mí eso es un privilegio que nos da seguridad y confianza, sin importar las circunstancias por las que podamos pasar.
Nosotros mismos no podemos separarnos de ese gran amor que nos demostró al hacerse humano y entregar Su vida para darnos la eternidad. Dio Su vida para que nosotros pudiéramos vivir la eternidad a Su lado. Así de tanto nos ama Dios.
Y estoy convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro Señor.
Romanos 8:38-39 (NTV)
Por tanto, Él nos llamó a cumplir con Su Gran Comisión, que es la de compartir esa esperanza maravillosa. Una eternidad a Su lado en un lugar sin dolor, enfermedades o lágrimas. Y no es una opción. Es algo que debe apasionarnos hacer.
Nos debemos poner la meta de hablar sobre Jesús a alguien al menos una vez por día. Y jamás dejar de agradecerle a nuestro Dios todo lo que nos da a diario. Abrir los ojos, poder respirar, tener agua corriente, un techo sobre nuestra cabeza y comida en la despensa.
Dios nos dio la vida. Somos Su creación preciada y no nos soltará mientras tengamos el deseo de estar con Él. Una vez que lo hemos llamado a vivir en nuestro corazón, nos acompaña el resto de nuestros días y nos debe gustar complacerlo.
Seamos apasionados por Cristo, seamos sus grandes fans. Hablemos de Él a todos. No lo tenemos que imponer, pero dejar saber es nuestro deber. Él no ha regresado aún porque quisiera que todos fuéramos salvos. Sembremos las semillas en las personas y oremos por ella, para que el Espíritu Santo haga Su labor.
Porque no debemos olvidar nunca que, aunque hablemos de Dios a la gente, quien los hace tomar la decisión de creer y recibir a Jesús es Él. El Espíritu Santo que puede hacer a la gente cambiar. Por tanto, no dejes de sembrar semillas. Es nuestra obligación.
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