Estamos rodeados de muchas personas que, de una u otra forma, son influencia en nuestras vidas. Al verlos, pensamos en el éxito que han alcanzado, y nos preguntamos si algún día lograremos lo mismo. Es allí donde muchas veces, nuestra admiración se convierte en un profundo deseo de querer ser como esas personas. Entonces, caemos en el vicio de copiar a alguien más, y en el proceso perdemos nuestra identidad. El éxito no es inmediato. Los seres humanos pasamos por etapas a lo largo de nuestra vida: niñez, adolescencia, juventud, adultez y vejez. No hay ninguna persona que haya nacido teniendo la madurez y experiencia que alguien de 80 años. Así como es obligatorio pasar por estas fases en la vida, para alcanzar el éxito también se debe atravesar un proceso. Es erróneo pensar que alguien llegó a ser exitoso instantáneamente, así que tampoco debemos pretender obtenerlo de esta manera. Cada quien tiene su propia historia. Las personas exitosas han tenido experiencias que las han llevado a convertirse en lo que son hoy en día. No obstante, esto no quiere decir que debas imitarlas. Cada uno tiene sus propias vivencias; y estas vivencias conforman nuestra historia. Si quieres ser exitoso, no imites las acciones de otro y aprende a utilizar tu vida como un recurso para impactar a otros. No pierdas tu identidad. Charles Caleb Colton dijo: “La imitación es la forma más sincera de halago.” Sin embargo, al querer emular a alguien, estás perdiendo tu identidad. Dios nos hizo diferentes porque a Él le agradamos de esa manera. Si quieres ser una persona de impacto, aprende a serlo tal y como eres. No necesitas copias las acciones de alguien más para ser especial. Si estás vivo, es porque Dios te creó. Y si Él te creó, es porque te ama tal y como eres. Hacemos lo mismo, pero diferente. Todos tenemos distintos dones y talentos. Incluso si dos personas hacen el mismo trabajo, siempre se obtendrá resultados distintos. Así que no esperes tener el mismo resultado que la persona a quien admiras. El único digno de imitar. Jesús es el ejemplo por excelencia. Si hay alguien a quien debamos representar, es a Él. Las demás personas cometen errores y podemos sentirnos decepcionados al ver que ellos fallan. Por otra parte, el único que nunca nos decepcionará es Jesús.
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