“Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios?” Romanos 2:3. En ocasiones me sorprende la liviandad con que se juzga a otras personas. Esto es algo terriblemente perjudicial para las iglesias o la vida en general y se da cuando comenzamos a poner rótulos o etiquetas a la gente. Aquel es el alcohólico, el de mas allá es drogadicto y cuidado con aquel que tuvo algunos problemas con la ley. Miren aquella como vino vestida y aquel que no para de hablar, que hombre tan orgulloso. Los comentarios parecen no tener fin. Esto hace mucho daño ya que tiene el efecto de encasillar a la persona en sus problemas o debilidades, pareciera que en lugar de tenderles una mano para salir de ese lugar, los comentarios, las críticas y el chisme lo sumergen aún más en su situación. Con mucha facilidad ponemos etiquetas sobre la frente de las personas y esto no es otra cosa que juicio. Cuando hacemos esto, estamos siendo bastante injustos, ya que nadie debiera estar condenado a cargar siempre con las mismas etiquetas y especialmente cuando fue Jesús mismo quien se encargó de transformar a esa persona y cambiarle el nombre. Sin embargo, a veces, se le sigue llamando con el nombre anterior, como si nos negáramos a reconocer que hubo un efectivo cambio en su vida. Dios es el único que tiene verdadera autoridad para Juzgar, sin embargo Él se relaciona con el ser humano ejerciendo sus atributos de bondad, justicia y amor. El inmenso y perfecto amor que Dios tiene no lo harán obrar injustamente, ni tampoco su justicia lo transformará en un Dios implacable frente al pecado humano. Por el contrario nos ofrece su gracia, amor y misericordia, pero al mismo tiempo aplicando su perfecta justicia. Un libro muy interesante escrito por Philip Yancey tiene un título que por sí solo es capaz de ilustrar estas situaciones, “Gracia divina, condena humana” Esto nos indica que mientras Dios está dispuesto a dar su perdón, gracia y amor a aquellos que expresen un genuino arrepentimiento, el hombre parece mas predispuesto al juicio y la falta de perdón. Tenemos un Dios que nos ofrece nuevas oportunidades, si no fuera por su gracia y perdón nuestras vidas carecerían de toda esperanza. Creo que todos debemos examinarnos en esto y aplicar el consejo del Maestro: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. “Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido”. (Mateo 7:1-2).” Para finalizar, si tienes la bendición de congregarte en una iglesia, recuerda que allí no se reúne gente perfecta, sino ni tú ni yo podríamos asistir. Por el contrario la iglesia es un hospital espiritual, donde hay personas que están mejor que otras, pero todas necesitadas del favor y la gracia de nuestro Señor. Por lo tanto si hay personas con heridas, que no sean sus hermanos aquellos que las van a profundizar poniendo rótulos o etiquetas, sino que por el contrario puedan ver en nosotros un instrumento del genuino y sincero amor de Jesucristo
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