“Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese.”
Juan 17:12
Un padre responsable siempre estará pendiente de sus hijos, velando por el bienestar de cada uno de ellos. Proveerá para sus necesidades, los ayudará y protegerá de los peligros que puedan enfrentar. Nunca un padre será indiferente o descuidará a sus hijos. Siempre estará ahí para cuando lo necesiten y los ayudará a salir adelante.
Jesús es un claro ejemplo de un padre responsable, nunca descuidó a sus discípulos ni dejó de velar por el bienestar espiritual de ellos. Tampoco los hizo sufrir o los hirió emocionalmente. Siempre estuvo ahí para ayudarlos y corregirlos cuando estaban equivocados.
Marcos 1:32-35 (NVI) dice:
“Al atardecer, cuando ya se ponía el sol, la gente le llevó a Jesús todos los enfermos y endemoniados, de manera que la población entera se estaba congregando a la puerta. Jesús sanó a muchos que padecían de diversas enfermedades. También expulsó a muchos demonios, pero no los dejaba hablar porque sabían quién era él. Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.”
Jesús siendo un hombre muy ocupado y con mucho trabajo en el día, jamás dejó de buscar a Dios. Él sabía que necesitaba fortalecerse en su Padre para cuidar de sus discípulos y protegerlos. Nunca se excusó para levantarse de madruga y orar por su familia. Y es que el Señor sabía que era su trabajo velar por aquellos que su Padre le había dado.
Es verdad que muchas veces llegamos del trabajo cansados, exhaustos, sin fuerzas y lo único que queremos hacer es descansar y dormir. Pero eso no debe ser una excusa para no orar por nuestra familia y preocuparnos por su bienestar.
Jamás debes olvidar que tú eres la cabeza de tu hogar, es a ti a quién el Señor le ha encomendado a tu esposa e hijos, eres tú quien debe orar, ser ejemplo y enseñarles la palabra de Dios. Nadie lo va hacer por ti, porque es tu responsabilidad mantener a tu familia unida y en plena comunión con Dios. Si no lo haces, la relación con tu familia se destruirá.
Mientras estés con ellos en este mundo, cuida a tu familia, ámala, provee para sus necesidades, ayúdalos en sus luchas y encamínalos en el camino de Dios. Y así puedas decir: “Dios mío, a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió.”
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