En el libro de 2 Samuel 23:9-10 se nos presenta una escena impactante: Eleazar, uno de los tres valientes de David, se enfrentó a los filisteos con tal determinación que su mano se cansó, pero no soltó la espada. Al final de la batalla, su mano había quedado pegada a ella. Este detalle no es solo físico, sino profundamente simbólico. Representa una entrega total, una fusión entre el guerrero y su arma, entre el creyente y la Palabra de Dios.
Eleazar era hijo de Dodo y uno de los tres guerreros más destacados del ejército de David. Estos hombres no eran soldados comunes; eran valientes que realizaban hazañas extraordinarias. En el relato bíblico, mientras el resto del ejército huía, Eleazar se mantuvo firme, peleando solo contra los filisteos. Su perseverancia fue tal que su mano se aferró a la espada como si fuera parte de su cuerpo. Y gracias a su valentía, “Jehová dio una gran victoria aquel día”.
Este tipo de entrega nos habla de una fe que no se rinde, de una convicción que no se suelta, incluso cuando el cuerpo está agotado.
La Biblia nos enseña que nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra potestades espirituales (Efesios 6:12). El enemigo de nuestra fe no es nuestro cónyuge, nuestros hijos, ni nuestros líderes. Es el diablo, quien busca debilitar nuestra confianza en Dios para atraparnos en sus mentiras.
Por eso, Pablo nos exhorta en 1 Timoteo 6:12 a “pelear la buena batalla de la fe”. Esta batalla no se gana con fuerza humana, sino con armas espirituales. Y entre ellas, la más poderosa es la espada del Espíritu: la Palabra de Dios (Efesios 6:17).
Jesús nos dio el ejemplo perfecto de cómo usar esta espada. Cuando fue tentado por el diablo en el desierto (Mateo 4), no respondió con argumentos humanos ni emociones. Respondió con Escritura. Tres versículos bastaron para silenciar al enemigo. Esto nos enseña que la Palabra no es solo conocimiento, es poder.
Pero aquí surge un problema: ¿qué pasa cuando no tenemos ni un versículo en mente? El Espíritu Santo no puede recordarnos lo que no hemos leído. Por eso, Pablo le dijo a Timoteo: “Ocúpate en la lectura” (1 Timoteo 4:13). Leer la Biblia no es una actividad opcional para el creyente; es una necesidad vital.
Así como la mano de Eleazar se pegó a la espada, nuestra vida debe estar tan unida a la Palabra que no podamos separarnos de ella. Esto implica:
Leerla diariamente, no solo en momentos de crisis.
Meditar en ella, dejando que transforme nuestros pensamientos.
Memorizarla, para que esté disponible en el momento de la batalla.
Aplicarla, viviendo conforme a sus principios.
El Salmo 119:160 dice: “La suma de tu palabra es verdad”. No basta con conocer fragmentos; necesitamos conocer el mensaje completo, desde Génesis hasta Apocalipsis.
La historia de Eleazar nos desafía a revisar nuestra relación con la Palabra. ¿Está pegada a nuestra vida? ¿La usamos como arma o como adorno? ¿La leemos por rutina o por hambre espiritual?
Hoy más que nunca, necesitamos creyentes que no suelten la espada. Que peleen con fe, con convicción, con la Palabra viva en sus corazones. Porque cuando llegue el día de la batalla, no habrá tiempo para buscar el arma. Debe estar ya en nuestra mano, lista para vencer.
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