Un relato cuenta que el filósofo oriental Lookman fue, en su juventud, esclavo de un dueño muy bondadoso, que lo trató como verdadero hijo. Comentando este caballero la obediencia de su esclavo hizo una apuesta con algunos amigos para ponerlo a prueba, ordenándole comer un melón amargo; lo que el esclavo hizo sin mostrar la más pequeña contrariedad. – ¿Cómo es posible que hayas podido comer, tan resignado y sonriente, semejante fruto que causa náuseas a todo el mundo? – le dijo después su amo. – Señor, he recibido tantos favores de vuestra Alteza durante mi vida que no es ninguna maravilla comer una vez un melón amargo de vuestra mano. Esta cordial respuesta tocó de tal modo el corazón de su amo que le dio inmediatamente la libertad. Todos hemos comido melones amargos, pasamos por tiempos de pruebas, por momentos duros y desagradables en nuestras vidas y es ahí cuando centramos tanto nuestra atención en ese problema que solemos olvidar las bendiciones que diariamente recibimos de Dios. Las pruebas son necesarias, no agradables pero sí imprescindibles para poder formar nuestro carácter, revelan realmente quiénes somos y qué hay en nuestros corazones porque nuestra memoria es tan frágil ante ciertas circunstancias que olvidamos fácilmente que los bienes que recibimos de Dios son mucho más abundantes que los tiempos de tribulación. Tener presentes las bendiciones de Dios en todo tiempo te permitirá tener una perspectiva diferente en las pruebas porque podrás atravesarlas con gozo y paz. “Estén siempre llenos de alegría en el Señor. Lo repito, ¡alégrense!… No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho. Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús” Filipenses 4:4, 6, 7 (NTV) La preocupación, el estrés y la ansiedad hacen que olvidemos que aún en medio de esas pruebas Dios está con nosotros, que no nos abandona nunca y que no hay nada, ni la muerte, que pueda separarnos de su amor. Que la gratitud siempre reine en nuestros corazones y nos permita pasar por medio de los problemas con gozo y paz, sabiendo que aún en los momentos más difíciles, cuando nada parece tener sentido, Dios tiene el control y no nos abandonará.
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