En un mundo que a menudo valora la perfección, la influencia y el éxito visible, la Palabra de Dios nos recuerda que Él obra de manera distinta. En Éxodo 34:10, Dios declara a Moisés:
“He aquí, yo hago pacto delante de todo tu pueblo; haré maravillas que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación alguna; y verá todo el pueblo en medio del cual estás tú, la obra de Jehová; porque será cosa tremenda la que yo haré contigo.”
Esta promesa no es una hipérbole espiritual. Es una declaración divina que revela el corazón de Dios: Él hace cosas tremendas. Y lo más asombroso es que las hace a través de personas comunes, quebradas, temerosas… pero dispuestas.
Cuando Dios llama a Moisés, no lo encuentra en un palacio ni en una plataforma. Lo encuentra en el desierto, cuidando ovejas ajenas, huyendo de su pasado y dudando de su valor. Moisés no se consideraba apto. De hecho, su primera reacción fue resistirse: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón?” (Éxodo 3:11)
Pero Dios no se enfoca en la capacidad del hombre, sino en su disponibilidad. A Moisés no lo eligió por su elocuencia, sino por su obediencia. Y aunque dudó, aunque tartamudeó, aunque temió… obedeció. Y eso fue suficiente para que Dios hiciera lo imposible.
La palabra hebrea usada en Éxodo 34:10 es yaré, que implica algo que causa reverencia, asombro, incluso temor. No se trata solo de algo “grande” o “impresionante”, sino de algo que marca la historia, que sacude el alma, que revela la gloria de Dios.
Dios dividió el Mar Rojo, hizo brotar agua de la roca, envió maná desde el cielo, dio la Ley en el Sinaí… pero lo más tremendo no fueron los milagros. Fue que usó a un hombre limitado para liberar a una nación. Eso es lo que Dios hace: transforma lo ordinario en extraordinario.
Esta promesa no es exclusiva de Moisés. A lo largo de la Biblia, vemos un patrón divino:
A Gedeón, escondido y temeroso, lo llamó “valiente”.
A Jeremías, joven e inseguro, lo nombró profeta a las naciones.
A María, una adolescente anónima, le confió al Salvador del mundo.
A Pedro, impulsivo y frágil, lo convirtió en columna de la Iglesia.
Dios no busca perfección. Busca disposición. Busca corazones que digan como Isaías: “Heme aquí, envíame a mí.” O como Pablo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”
Quizás tú también te sientes como Moisés: inseguro, limitado, sin influencia. Tal vez piensas que Dios no puede usarte por tu pasado, tus errores o tus debilidades. Pero la historia de Moisés —y de tantos otros— nos recuerda que Dios no llama a los capacitados, sino que capacita a los que llama.
Este mundo necesita hombres y mujeres que vivan con propósito, que reflejen la gloria de Dios en su vida diaria, que no teman al enemigo ni al rechazo, que vivan con fe y obediencia. Todo comienza con un llamado. Y muchas veces, ese llamado llega en lo cotidiano: en una oración, en una conversación, en un devocional como este.
Dios sigue haciendo cosas tremendas. Y quiere hacerlas contigo. No porque seas perfecto, sino porque estás dispuesto. Si hoy decides creerle y obedecerle, prepárate… porque será cosa tremenda la que Dios hará contigo.
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