Hay momentos en la vida en los que sentimos que todo está en juego. No hablamos solo de bienes materiales, sino de aquello que constituye el núcleo de nuestra existencia: la paz interior, la unidad familiar, la estabilidad emocional, la fe que nos sostiene. En esos momentos de vulnerabilidad, el enemigo se presenta con su estrategia más antigua y efectiva: intimidar, exigir, arrebatar.
Esta táctica no es nueva. Se remonta a tiempos bíblicos, y uno de los relatos más reveladores se encuentra en 1 Reyes capítulo 20. Allí, el rey Acab de Israel enfrenta una amenaza directa y humillante por parte de Ben-adad, rey de Siria. El mensaje que recibe es claro y brutal:
“Tu plata y tu oro, tus mujeres y tus hijos me darás.”
No era una negociación. Era una declaración de saqueo total. Ben-adad no solo buscaba riquezas; quería despojar a Acab de lo más íntimo y valioso. El enemigo no se conforma con lo externo. Siempre va por el corazón.
Acab, desesperado y superado en número, parecía no tener salida. Pero en medio de esa angustia, Dios envía a un profeta con una palabra que cambia el rumbo de la historia:
“¿Has visto esta gran multitud? He aquí yo te la entregaré hoy en tu mano, para que conozcas que yo soy Jehová.”
Este mensaje no solo era una promesa de victoria; era una invitación a confiar. A pesar de su debilidad, Acab se atreve a creer. Organiza a sus hombres, enfrenta al enemigo… y la victoria es aplastante. Dios cumple su palabra.
Este relato no es solo histórico. Es profundamente simbólico. Nos muestra cómo actúa el enemigo… y cómo responde Dios cuando alguien, incluso con fe débil, decide confiar.
Observa cómo opera el enemigo en esta historia. Primero exige lo material: “Tu oro y tu plata.” Luego va por lo más íntimo: “Tus mujeres y tus hijos.” Este patrón se repite hoy. Satanás no solo busca afectar nuestras finanzas o nuestro trabajo. Su objetivo es más profundo: quiere destruir nuestras relaciones, nuestra identidad, nuestra fe.
Jesús lo describió con precisión:
“El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir.” (Juan 10:10)
Cuando tus finanzas se tambalean, cuando tu trabajo se ve amenazado, cuando la paz en tu hogar se rompe… es momento de detenerse y analizar: ¿Es fruto de decisiones humanas? ¿O es un ataque espiritual?
Porque el enemigo no se conforma con lo externo. Quiere arrasar tu familia, tu propósito, tu comunión con Dios. Quiere dividir matrimonios, confundir a los hijos, sembrar oscuridad donde antes había luz.
Pero no estás solo. La misma voz que habló a Acab hoy te dice:
“¿Has visto esta gran multitud? Yo te la entregaré.”
Esta promesa sigue vigente. No permitas que el enemigo te robe. No entregues tu paz, tu familia, tu fe. Levántate en oración. Recuerda que nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra potestades espirituales (Efesios 6:12). Y bajo la sangre de Jesús… ¡somos más que vencedores!
La fe no es ausencia de miedo. Es decisión de confiar en medio del miedo. La oración no es solo un recurso de emergencia; es nuestra línea directa con el cielo. Y el discernimiento espiritual es clave para identificar cuándo estamos bajo ataque y cómo responder.
Hoy, enfrenta tus batallas con fe. Defiende lo que Dios te ha dado. No cedas terreno. No entregues lo que te fue confiado. Y cuando sientas que no puedes más, recuerda: el Señor pelea por ti. Su victoria… también es tuya.
Levántate. Ora. Declara la verdad. Y sobre todo, cree. Porque el mismo Dios que venció por Acab, sigue venciendo por aquellos que confían en Él.
MIRA NUESTRA ACTIVIDAD EN LAS REDES SOCIALES