En un mundo saturado de voces, opiniones y discursos, hay una voz que no ha perdido su fuerza. Una voz que no grita, pero transforma. Que no impone, pero revela. Esa voz es la de Jesús. Y sus palabras, lejos de ser simples frases religiosas o enseñanzas antiguas, siguen siendo una corriente viva que toca corazones, detiene al alma más endurecida y ofrece vida eterna.
En el Evangelio de Juan, capítulo 7, encontramos un momento sorprendente. Los líderes religiosos, molestos por el impacto del mensaje de Jesús, decidieron arrestarlo. Enviaron guardias del templo, hombres entrenados para obedecer sin cuestionar, para someter sin vacilar. Pero algo inesperado ocurrió:
“Cuando los guardias del templo regresaron sin haber arrestado a Jesús, los principales sacerdotes y los fariseos les preguntaron: ¿Por qué no lo trajeron? ¡Jamás hemos oído a nadie hablar como él! —contestaron los guardias.” (Juan 7:45-46)
No fue un milagro lo que los detuvo. No hubo resistencia física. Fue su voz. Sus palabras. Una forma de hablar que no se parecía a nada que hubieran escuchado antes. Palabras que penetran sin herir, que exponen sin humillar, que sanan mientras revelan.
Jesús mismo explicó el poder de sus palabras:
“El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.” (Juan 6:63)
Sus palabras no solo informan, sino que transforman. Consolan al humilde y confrontan al altivo. Son apreciadas por corazones sensibles y rechazadas por corazones duros. Porque tienen propósito: llamar, invitar, sanar y redimir.
Aún hoy, aunque Jesús no camina físicamente entre nosotros, su voz sigue viva. Está registrada en las Escrituras, susurrada por el Espíritu Santo, presente en cada corazón que se abre a escuchar.
En otro momento del Evangelio, muchos discípulos se alejaron de Jesús, incapaces de aceptar sus enseñanzas. Entonces, Jesús preguntó a los doce si también querían irse. Pedro respondió con una frase que sigue resonando en el alma de todo creyente:
“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Juan 6:68)
Hoy, esas palabras siguen ofreciendo una elección. Podemos ignorarlas como los fariseos… o detenernos como aquellos guardias que descubrieron que, frente a Jesús, todo mandato se desvanece y todo corazón tiene la posibilidad de rendirse.
Porque no basta con escucharlas... hay que creerlas. No basta con admirarlas... hay que vivirlas. Y si lo hacemos… todo podrá cambiar.
Las palabras de Jesús no son solo historia. Son vida. Son espíritu. Y siguen hablando… a ti, hoy.
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