En medio del ruido cotidiano, hay una verdad que nos invita a detenernos, respirar profundo y contemplar: Dios es santo. Y más aún, Él nos llama a vivir en santidad. No como una exigencia fría, sino como una invitación amorosa a caminar en comunión con Él.
En Levítico 19:2, Jehová declara:
“Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios.”
Este llamado revela el corazón de Dios: un deseo de que su pueblo refleje su carácter. El nombre “Jehová Kadosh”, que en hebreo significa “sagrado, apartado, puro”, nos muestra una faceta profunda de quién es Él. No solo es poderoso o sabio… Él es santo. Y todo aquel que se acerca a Él debe hacerlo con reverencia y limpieza de corazón.
Desde tiempos antiguos, los israelitas intentaron responder a este llamado. Presentaban sacrificios, seguían rituales, buscaban agradar a Dios. Pero una y otra vez fracasaban. ¿Por qué? Porque el problema no estaba en el rito, sino en la naturaleza humana. El pecado no se borra con esfuerzo. Se necesita algo más profundo. Algo que venga del cielo.
Y eso fue lo que ocurrió. Jehová Kadosh envió a su Santo Hijo, Jesús, para ser el sacrificio perfecto. No uno más… sino el definitivo. Por medio de Él, todo aquel que cree es perdonado. Dios lo ve como si nunca hubiera pecado. ¡Al fin santos delante de Dios!
Hebreos 2:11 lo expresa con ternura:
“El que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos.”
Pero la obra no termina ahí. Dios, en su amor, envió al Espíritu Santo para habitar en nosotros. Él nos santifica cada día. Nos limpia, nos guía, nos transforma. Como dice 1 Corintios 6:11:
“Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados…”
Ahora bien, hay una parte que nos toca. No podemos vivir como antes. Debemos colaborar con el Espíritu, abandonar el deseo de pecar, someternos a su dirección. 2 Corintios 7:1 nos exhorta:
“Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”
La santidad no es una meta inalcanzable. Es un proceso. Y se completará cuando estemos en la presencia de Dios. Ese día seremos perfectos. Lo que parecía imposible… Dios lo ha hecho posible.
Jehová Kadosh no solo nos llama… nos capacita, nos limpia, nos transforma. Hoy podemos vivir con gozo, sabiendo que el Santo de Israel habita en medio de nosotros.
Isaías 12:6 nos anima:
“Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel.”
Así que, mientras caminamos hacia la eternidad, vivamos con gratitud. Con reverencia. Con esperanza. Gracias, Señor, por salvarnos… y por santificarnos cada día por tu Espíritu
MIRA NUESTRA ACTIVIDAD EN LAS REDES SOCIALES