La confesión viene siendo una manera poderosa de sacar la verdad. Primero requiere que admitamos que no tenemos completamente claras las razones para lo que hicimos y, segundo, compartir el hecho de esa verdad con nuestra comunidad no es nada fácil.
Hay miles de razones por las que podemos evitar la confesión. Cuando fallamos siempre lo vemos como una marca que nos identifica como ineptos en lugar de verlo como una oportunidad de crecer. Por eso, preferimos esconder, mantener en secreto o no decirlo.
Otra de las razones por las que no queremos confesar es porque pensamos que es algo que podemos controlar sin problemas. Es como que pensamos que nos resbalamos, pero nos levantamos y nadie se tiene que dar cuenta. Pensamos muchas veces que ni siquiera Dios lo tiene que saber.
Confiésense los pecados unos a otros y oren los unos por los otros, para que sean sanados. La oración ferviente de una persona justa tiene mucho poder y da resultados maravillosos.
Santiago 5:16 (NTV)
Lo cierto es que cuando nos confesamos con otra persona o con Dios, el hecho se hace más real. Lo hacemos y nos sentimos vulnerables y sentimos que nos van a señalar. Es como salir a la luz y que todo lo que hemos hecho se refleja ante todos. Y sí, es difícil hacernos vulnerables, pero también debe ser muy difícil esconder las cosas.
EL PODER DE LA CONFESIÓN NOS LLEVA A CRECER
Cuando hay suficiente apoyo en nuestra comunidad como para confesarnos, nos hacemos más reales unos con otros y podemos vivir una vida más plena. Seremos más auténticos y aprenderemos a respetarnos y amarnos sin juzgarnos.
El poder de la confesión es el que nos lleva al crecimiento. Crecemos como personas, como creyentes y crecemos espiritualmente. Como mínimo, debemos confesar nuestros pecados a Dios, teniendo en cuenta que Él todo lo ve. Sí, lo sabe, pero confesarnos es el primer paso del arrepentimiento real.
No podemos olvidar que Dios nos perdona, pero tiene que haber verdadero arrepentimiento. Al igual que cuando quisimos recibir a Jesús en nuestro corazón como Señor y Salvador, primero nos arrepentimos de todo lo malo que hicimos, a conciencia o no. Es la manera de limpiar nuestro corazón para que Él pueda entrar y vivir en él.
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