Inspirado en 1 Samuel 26:23 y Romanos 12:19–21
La justicia es una de las virtudes más anheladas por el ser humano, especialmente cuando se enfrenta a situaciones de injusticia, traición o persecución. En la Biblia, encontramos numerosos ejemplos de hombres y mujeres que eligieron confiar en la justicia divina en lugar de tomar venganza por sus propias manos. Uno de los más poderosos es el de David, quien, a pesar de tener la oportunidad de eliminar a su enemigo, el rey Saúl, decidió esperar en el Señor.
El capítulo 26 del primer libro de Samuel nos sitúa en un momento tenso de la historia de Israel. David, ungido por Dios como futuro rey, es perseguido por el actual monarca, Saúl, quien ve en él una amenaza. Saúl, cegado por los celos, moviliza tres mil hombres para capturar a David en el desierto de Zif.
Una noche, mientras el campamento de Saúl dormía profundamente —un sueño enviado por Dios— David se acercó junto a dos valientes. Uno de ellos le ofreció matar al rey con su propia lanza, pero David lo detuvo. En lugar de tomar venganza, tomó la lanza y la vasija de agua como prueba de que pudo hacerlo… pero no lo hizo.
Desde la colina, al amanecer, David gritó y mostró los objetos. Saúl, conmovido, reconoció su error y dijo:
“He pecado… mi vida ha sido estimada preciosa hoy a tus ojos.” Fue la última vez que Saúl persiguió a David.
David declara:
“Y Jehová pague a cada uno su justicia y su lealtad; pues Jehová te había entregado hoy en mi mano, mas yo no quise extender mi mano contra el ungido de Jehová.”
Este versículo revela dos virtudes clave: justicia y lealtad. David no actuó por impulso ni por deseo de venganza. Reconoció que Saúl, aunque equivocado, seguía siendo el ungido de Dios. Su respeto por la voluntad divina fue más fuerte que su deseo de justicia inmediata.
Siglos después, el apóstol Pablo reafirma este principio:
“No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.”
Aquí, Pablo nos llama a romper el ciclo de la venganza. En lugar de responder al mal con más mal, nos invita a responder con bien, con perdón, con paciencia. Esta enseñanza no es fácil, pero es profundamente transformadora.
Confiar en la justicia divina no significa ser pasivo ante el mal, sino actuar con fe y sabiduría, sabiendo que Dios ve más allá de lo que nosotros vemos. Aquí algunas formas de aplicar este principio:
No responder con odio: Cuando alguien te ofende, no devuelvas el golpe. Respira, ora y busca la paz.
Esperar el tiempo de Dios: La justicia divina no siempre es inmediata, pero es perfecta. David esperó años antes de ser rey.
Actuar con integridad: Como David, honra incluso a quienes te han fallado, si eso significa obedecer a Dios.
Perdonar de corazón: El perdón no justifica el mal, pero libera tu alma del peso de la venganza.
La historia de David nos recuerda que la justicia verdadera no nace del deseo de venganza, sino de la confianza en Dios. Cuando elegimos el bien sobre el mal, sembramos vida, esperanza y bendición. Dios ve lo que tú no ves, y su justicia siempre llega, en el momento perfecto.
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