En una oportunidad que visité una maternidad pasé por la sala de recién nacidos, aparte de oír mucho llanto de los bebés pude notar que cada uno llevaba un distintivo en su brazo o pie que decía: “familia…” y aunque no contaban con un nombre propio en ese momento, ya se sabía que eran parte de una familia; ese pequeño ser era hijo, hermano, nieto, sobrino, etc. en un hogar.
Una cedula de identidad, un certificado de nacimiento son documentos necesarios porque ellos corroboran quiénes somos y de dónde venimos.
De la misma manera sucede cuando nacemos de nuevo en Cristo “pero a todos los que creyeron en él y lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios.” Juan 1:12 (NTV) Dios como buen Padre nos dio esa identidad y esa posibilidad de ser llamados “hijos”.
A veces dejamos que nuestros problemas definan lo que somos, por ejemplo: una mujer abandonada, un huérfano, una persona en quiebra total, un enfermo, etc. y dejamos de lado lo que en verdad somos: “hijos de Dios”, y con ello rechazamos nuestros privilegios y oportunidades.
¿Tienes tantos conflictos que has olvidado quién eres? Puede ser que los problemas te ahoguen la mente, el corazón y te hagan ver solamente tu condición y miseria, pero eso que estás pasando no determina quién eres.
Cuando invitaste a Cristo en tu vida, Él te hizo su hijo, a pesar de las pruebas y necesidades que tengas, no dejes que ninguna situación te diga que no eres nadie, recuerda que eres hijo de un Dios Poderoso.
“El rey proclama el decreto del Señor: «El Señor me dijo: “Tú eres mi hijo. Hoy he llegado a ser tu Padre.” Salmos 2:7 (NTV)
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