Hace un mes cerró su operadora turística y dedica su tiempo a gestionar las necesidades de los bomberos y voluntarios que están en la primera línea de combate.
Jorge Nelson Pacheco es comunicador social especializado en Comunicación para el Desarrollo, con Maestría en Gestión de Turismo Sostenible. Pero más allá de todos estos títulos, él es el punto en común de uno de los tejidos de generosidad que se ha creado en Santa Cruz. El gestiona ayuda puntual para las áreas afectadas en tiempo récord.
Nelson tiene una empresa de turismo que promueve el descubrimiento y valoración de lo local. Desde hace varios años desarrolla destinos no aprovechados en Santa Cruz y particularmente en la Chiquitania. Su empresa no vende viajes, sino experiencias.
Sus clientes tienen un encuentro real con gente de las comunidades compartiendo sus costumbres, comidas y cosmovisión. Esta labor que le apasiona le ha permitido conocer a mucha gente y empezar a abonar ese lazo de confianza que uno desarrolla con sus amigos.
“Empezaron a buscarme turistas que son mis clientes porque no querían quedar indiferentes. Yo empecé a contactarme con gente de las zonas afectadas y averigüé qué era lo que faltaba. Pasé toda esa información y me depositaron el dinero. Compré lo necesario y vine a entregarlo. Pensé que allí concluiría mi participación, pero en menos de 48 horas esto se había convertido en una bola de nieve, me empezaron a llamar para averiguar qué se necesitaba y para decirme que más personas querían apoyar”, cuenta Nelson.
Ante el rol de articulador que empezó a cumplir –sin planificarlo– Nelson tuvo que cerrar temporalmente su empresa hace ya casi un mes. Se ha dedicado por completo a velar por las necesidades y a hacer efectiva la generosidad de mucha gente que decidió confiar en él.
“He cerrado mi empresa hace tres semanas para dedicarme a apoyar en toda la zona afectada. Empezamos por Roboré apoyando al cuerpo de protección de la Reserva de Vida Silvestre Tucabaca. Les dotamos de equipamiento que faltaba en menos de 36 horas. Pronto llegamos hasta Concepción, San Ignacio, San Rafael, San Matías y Otuquis”.
El dinero que llega a las manos de Nelson se convierte en equipos de seguridad (guantes, rastrillos, máscaras, cascos y mochilas), en medicina y en comida para los guardaparques. Las donaciones que se hacen a través de él son precisas, apuntan al último eslabón, que es el que pone diariamente el cuerpo: guardaparques, Funsar y bomberos voluntarios.
“Ellos no tienen horario. No se trata de hacer una olla común y darles arroz porque eso no los alimenta. Están expuestos al fuego y se deshidratan con mucha rapidez. Por eso es necesario hacerles llegar leche, Powerade, frutos secos y, en el caso de Roboré, alimentación especial encargada para que la dieta sea variada y nutritiva”, explica.
Detrás de Nelson hay toda una red que ayuda de manera silenciosa a toda la zona. Es una cadena de confianza en aquel amigo del amigo que ha descubierto que se puede confiar. Tal es este tejido maravilloso de solidaridad que ya se extendió hasta Londres, Francia y Japón.
Para Nelson la tarea es dura y se llena de emociones que debe manejar. Es como cerrar los ojos por no querer ver. Intentar no enterarse y pretender no entenderlo. Apretar los puños. Taparse los oídos, los ojos y los sentidos. Reencontrarse con el recuerdo y reivindicarlo. Invocar el mar verde, pensar en la tamborita de San Juancito o en el violinista del Mirador Antesala del Cielo, en Santiago de Chiquitos.
Así son las pulsaciones de Nelson, quien, pese a estar moviéndose por toda el área de desastre llevando ayuda, trata de no ingerir la venenosa realidad que vive toda la Chiquitania. Busca blindarse para no terminar hecho añicos en alguna esquina.
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