En medio del ruido cotidiano, de las prisas y las cargas invisibles que llevamos, hay momentos en los que el alma necesita detenerse. No para rendirse, sino para recordar. Recordar que no hemos caminado solos. Que incluso en los días más áridos, cuando la esperanza parece evaporarse, hay una mano que nos sostiene.
Todos atravesamos temporadas difíciles. Momentos donde la vida parece un desierto: seco, silencioso, sin sombra ni consuelo. En esos días, el corazón se agota, la mente se llena de pensamientos oscuros, y la voz interior se apaga. Nos preguntamos cómo seguir adelante, dónde encontrar fuerzas para dar el siguiente paso.
El salmista David, en medio de sus propias luchas, escribió con convicción: "Está mi alma apegada a ti; tu diestra me ha sostenido." (Salmo 63:8)
Esta afirmación no es solo poética, es profundamente espiritual. La palabra hebrea usada para “sostener” es tamák, que implica sustentar, agarrar con firmeza, conducir y seguir de cerca. Es la imagen de una mano poderosa que no solo nos toma, sino que no nos suelta.
La diestra de Dios representa su fuerza, su autoridad, su intervención directa en nuestras vidas. No es una presencia pasiva. Es guía, es poder, es consuelo. Es la mano que nos levanta cuando caemos, que nos conduce cuando estamos perdidos, que nos abraza cuando nos sentimos solos.
Jesús mismo vivió su desierto. Cuarenta días sin alimento, enfrentando tentaciones, pero sostenido por el Espíritu. Por eso, el libro de Hebreos nos recuerda: "No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado." (Hebreos 4:15)
Él nos entiende. No desde la distancia, sino desde la experiencia. Él conoce el dolor, la soledad, la lucha interna. Y por eso, puede sostenernos con ternura y poder.
Las Escrituras están llenas de promesas que nos recuerdan que no estamos solos. Que la mano de Dios está activa, presente, cercana. Aquí algunas que pueden ser bálsamo para el alma:
"Si anduviere yo en medio de la angustia, tú me vivificarás." (Salmo 138:7)
"Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano." (Salmo 139:5)
"Tuyo es el brazo potente; fuerte es tu mano, exaltada tu diestra." (Salmo 89:13)
"Cuando el hombre cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano." (Salmo 37:24)
Estas palabras no son solo consuelo. Son verdad viva. Son testimonio de generaciones que han sido sostenidas por esa diestra fiel.
Si hoy estás atravesando un valle, si el desierto te ha dejado sin palabras, si tu alma está sedienta… extiende tu mano hacia el cielo. No como quien mendiga, sino como quien confía. Dile al Señor: "¡Sé que tu diestra me sostiene!"
Porque esa mano no se cansa. No se aparta. No se equivoca. Está contigo. Te levanta. Te conduce. Te vivifica.
MIRA NUESTRA ACTIVIDAD EN LAS REDES SOCIALES