Hay momentos en la vida en los que el alma se quiebra. No por falta de fe, sino por exceso de carga. No por ausencia de propósito, sino por agotamiento en el trayecto. En esos momentos, incluso los más fuertes pueden caer. Incluso los más espirituales pueden pedir rendirse.
Así le ocurrió a Elías, uno de los profetas más poderosos del Antiguo Testamento. Su historia está marcada por milagros extraordinarios: hizo descender fuego del cielo, desafió a cientos de profetas paganos, y su palabra tenía autoridad sobre la lluvia, la vida y los elementos. Pero también vivió una profunda crisis emocional.
Después de una gran victoria espiritual en el monte Carmelo, Elías fue amenazado por la reina Jezabel. El miedo lo invadió. Huyó al desierto, se aisló, y en medio de su desesperación, pronunció una oración desgarradora: “Señor, quítame la vida.” (1 Reyes 19:4)
Este momento revela algo esencial: incluso los más ungidos pueden sentirse derrotados. Incluso los que han visto la gloria de Dios pueden atravesar noches oscuras del alma.
Lo que sigue en la historia de Elías es profundamente revelador del carácter de Dios. No lo reprendió. No lo acusó de falta de fe. No lo abandonó.
Dios envió un ángel. Le ofreció pan y agua. Y le dio una palabra que ha sostenido a generaciones de creyentes: “Levántate y come, porque largo camino te resta.” (1 Reyes 19:7)
Este mensaje no solo fue físico, sino espiritual. Dios estaba diciendo: “No has terminado. Tu historia no acaba aquí. Hay más por hacer. Hay más por vivir.”
Después de ser fortalecido, Elías caminó cuarenta días hasta el monte Horeb. Allí se escondió en una cueva, esperando una respuesta. Y Dios se manifestó, no en el viento fuerte, ni en el terremoto, ni en el fuego… sino en un silbo apacible y delicado.
Ese susurro fue suficiente para recordarle que no estaba solo. Que aún había propósito. Que debía ungir reyes, formar discípulos, y continuar su ministerio.
Dios no lo llevó al cielo en ese momento. Le dio más vida. Más misión. Más legado.
Tal vez te encuentres en tu propio desierto. Tal vez el cansancio te haya robado la esperanza. Tal vez estés encerrado en una cueva emocional, esperando que algo cambie.
Este mensaje es para ti: Dios no ha terminado contigo. Aunque el camino parezca largo, aunque el ánimo se haya desvanecido, aunque la fe esté temblando… Levántate. Come. Ora. Escucha. Obedece. Porque largo camino te resta.
La vida cristiana no es una carrera de velocidad, sino una travesía de resistencia. Hay etapas de gloria y etapas de sombra. Pero en todas ellas, Dios camina contigo.
“Dichoso el que tiene en ti su fortaleza, que solo piensa en recorrer tus sendas.” — Salmo 84:5
Hoy, vuelve a caminar. No porque todo esté resuelto, sino porque Dios aún tiene planes contigo. Y el camino… aún tiene propósito.
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