En medio del ruido constante del mundo moderno —las redes, las noticias, las opiniones que se cruzan como ráfagas— hay una voz que no compite por atención. No resuena en las calles ni en los micrófonos. No se impone con volumen. Es una voz que susurra al espíritu, que enseña, consuela y transforma vidas desde adentro.
Es la voz del Espíritu Santo.
Jesús lo prometió antes de partir:
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” — Juan 14:26
Desde aquel día poderoso narrado en Hechos capítulo 2, cuando el Espíritu Santo descendió con fuego y viento sobre los creyentes, el mundo espiritual cambió para siempre. Ya no está lejos, ni ajeno, ni silencioso. Está dentro de todo aquel que ha recibido a Cristo como Señor y Salvador.
El Espíritu no se expresa con truenos ni estridencias. Habla al corazón. Guía al alma. Corrige con mansedumbre. Y anima con autoridad.
¿Lo escuchas?
Ese susurro interno que te recuerda las palabras de Jesús… Que te guía cuando estás confundido… Que te inquieta cuando algo no está bien… Esa es su voz.
La Biblia lo confirma una y otra vez:
“Le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan” (Hechos 10:19)
“El Espíritu me dijo que fuese con ellos sin dudar” (Hechos 11:12)
“Dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo…” (Hechos 13:2)
“Esto dice el Espíritu Santo…” (Hechos 21:11)
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7)
No es un curso. No es un método. Es comunión.
Escuchar al Espíritu Santo requiere rendirse a su presencia en silencio, en oración, en contemplación. Porque el Espíritu no habla con quien tiene prisa. Nos enseña las cosas profundas y ocultas de Dios, las que no se descubren en libros ni conferencias, sino en la intimidad del alma.
Cuanto más nos rendimos a Él, más somos transformados a imagen de Cristo. Ser guiados por el Espíritu Santo no es un momento… es un estilo de vida.
Hoy, que tantas voces nos rodean, necesitamos la única voz que sabe lo que es eterno. La voz que no grita, pero nunca falla.
Este devocional es una invitación a apagar el ruido, a inclinar el corazón, y a escuchar al Espíritu Santo. Porque cuando Él habla, la fe se enciende, la verdad se revela, y el alma… encuentra su paz.
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