¿Alguna vez has sentido que sabes lo que Dios espera de ti, pero en el momento de decidir, algo dentro de ti te empuja en dirección contraria? Esa lucha interna entre lo que sabemos que es correcto y lo que nos seduce es más común de lo que creemos. Es la batalla diaria entre la carne y el espíritu, entre el deseo y la obediencia. Pero hay una verdad poderosa que transforma esta lucha: ¡sí hay remedio! Y no está en nosotros, ni en este mundo… está en la persona del Espíritu Santo.
El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, nos ofrece una clave esencial para vivir en victoria:
“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.” (Romanos 6:11)
Esta no es una frase decorativa ni una expresión simbólica. Es una instrucción clara, una estrategia espiritual para vencer. Pablo nos llama a considerarnos muertos al pecado. ¿Qué significa esto? Que debemos asumir, recordar y afirmar que nuestra antigua naturaleza ha sido crucificada con Cristo, y que ahora vivimos bajo una nueva realidad: la vida en el Espíritu.
Todos enfrentamos momentos en que nuestra carne parece más fuerte que nuestra voluntad. Nos sentimos débiles, seducidos, atrapados por deseos que sabemos que nos alejan de Dios. En esos momentos, podemos llegar a pensar que no hay remedio, que estamos condenados a caer una y otra vez. Pero la Palabra nos recuerda que no estamos solos.
El Espíritu Santo no es simplemente un poder que nos ayuda. Es una persona que habita en nosotros desde el momento en que aceptamos a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador. Él no viene a visitarnos… viene a quedarse. Y con Él, podemos vencer.
La victoria sobre el pecado no es automática. Es una coparticipación entre nosotros y el Espíritu Santo. Hay una parte que debemos hacer nosotros: considerar. La palabra griega usada por Pablo, logízomai, significa “tener por cierto, concluir, tomar en cuenta, pensar”. Es decir, debemos recordarnos a nosotros mismos quiénes somos en Cristo.
En el momento de la tentación, debemos traer a la mente nuestro compromiso con Dios. Decirnos: “Soy hijo de Dios. Vivo para Él. No voy a ser un juguete del diablo. Espíritu Santo, toma el control.”
Y no lo decimos desde el miedo, sino desde la certeza de que la victoria ya fue ganada por Cristo. Él venció al pecado, al mundo y a Satanás… y esa victoria nos pertenece.
Cuando cultivamos nuestra relación con el Espíritu Santo, nuestros deseos comienzan a alinearse con los de Dios. La transformación no es solo externa, es interna. Como dice 2 Corintios 5:17:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”
Esta nueva vida no se basa en nuestras fuerzas, sino en nuestra rendición. La clave de la vida victoriosa no está en esforzarnos más, sino en rendirnos más. En dejar que el Espíritu Santo nos transforme desde adentro.
La próxima vez que enfrentes una tentación, no te veas como alguien débil. Recuerda que estás muerto al pecado y vivo para Dios. Afirma tu identidad en Cristo. Alimenta tu comunión con el Espíritu Santo. Y decide vivir como quien ya ha vencido.
Porque en Cristo… ¡la victoria es tuya!
MIRA NUESTRA ACTIVIDAD EN LAS REDES SOCIALES