Basado en Salmo 60:12
En medio de la batalla, cuando las fuerzas flaquean y la esperanza parece distante, surge una declaración que desafía la lógica humana: “En Dios haremos proezas, y Él hollará a nuestros enemigos.” (Salmo 60:12)
Estas palabras no fueron escritas en tiempos de paz. David, el autor del Salmo 60, se encontraba rodeado de enemigos, con sus tropas fatigadas y sin señales claras de intervención divina. Era un momento de angustia, de vulnerabilidad. Y sin embargo, en medio de esa oscuridad, David decide clamar, confiar… y declarar victoria por fe.
El Salmo 60 es una plegaria nacida del conflicto. David no oculta su dolor. Reconoce que se siente abandonado, que sus enemigos lo superan. Pero en lugar de rendirse, se vuelve hacia Dios. Clama con sinceridad, reconoce su debilidad y pide dirección. Porque entendía que la victoria no dependía únicamente de espadas ni estrategias, sino de la presencia de Dios.
Al final de su oración, surge una frase que resuena como un grito de fe activa: “En Dios haremos proezas.”
La palabra hebrea usada aquí es kjáil, que implica fuerza, valor, poderío, capacidad de combate. No se trata de una fe pasiva, sino de una fe que se mueve, que actúa, que pelea. David sabía que Dios no haría todo por ellos, pero sí caminaría con ellos. Era una alianza divina: Dios haría los milagros, pero ellos debían levantarse y avanzar.
Este principio se repite a lo largo de toda la Escritura.
Moisés tuvo que levantar su vara.
Josué tuvo que marchar alrededor de Jericó.
Gedeón tuvo que romper sus cántaros.
Pedro tuvo que salir del bote.
La fe no es estática. Es obediencia, es valentía, es movimiento. Las proezas bíblicas no son simples hazañas humanas. Son momentos donde lo sobrenatural irrumpe en lo cotidiano. Como cuando Elías desafió a los profetas de Baal, o cuando Ester arriesgó su vida por su pueblo. Cada proeza es una historia de fe radical, de confianza profunda, de obediencia valiente.
Hoy, nuestras luchas no siempre tienen forma de ejércitos. A veces el enemigo es el miedo, la ansiedad, la tentación… o el mismo diablo que viene para hurtar, matar y destruir. Pero no estamos solos. La Escritura nos recuerda: “…mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo.” (1 Juan 4:4)
Dios no solo nos acompaña, sino que nos da fuerza, sabiduría y victoria. No siempre de forma literal, pero sí en maneras que solo Él puede diseñar.
Así que hoy, no te quedes con los brazos cruzados. Levántate con fe. Dios no busca perfección, busca disposición. No espera que lo hagas todo, pero sí que lo hagas con Él. Porque cuando caminamos con Dios, cada paso se vuelve milagro, cada batalla se convierte en testimonio, y cada herida… en cicatriz de victoria.
Proclámalo con convicción: “En Dios haremos proezas.”
Que esta verdad te acompañe en cada lucha, en cada decisión, en cada amanecer. Porque cuando el corazón se rinde al Señor, incluso en los momentos más oscuros… se enciende la luz de la esperanza.
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