Vivimos en un mundo acelerado, lleno de ruido, exigencias y expectativas. Por eso, detenernos un momento para respirar profundo y meditar en una verdad eterna puede ser un acto profundamente sanador. Hoy, te invito a hacer justamente eso: a dejar que estas palabras penetren en tu alma y te hablen con fuerza renovada:
“Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en Él esperaré.” (Lamentaciones 3:24)
La palabra “porción” puede sonar antigua o abstracta, pero encierra un significado poderoso. En tiempos bíblicos, la porción era la herencia asignada a cada familia: su tierra, su sustento, su seguridad. Era aquello que les pertenecía y les daba estabilidad.
Cuando Jeremías declara que su porción es Jehová, lo hace en un contexto de ruina y desesperanza. No tenía riquezas, ni estabilidad, ni un futuro claro. El pueblo de Israel estaba devastado. Y sin embargo, en medio de esa oscuridad, él afirma con convicción que su verdadera herencia no está en lo material, sino en Dios mismo.
Jeremías nos enseña que cuando todo lo demás falla —cuando los negocios se caen, cuando la salud se debilita, cuando los planes se desmoronan— aún podemos tener una certeza: Dios no se va. Su presencia no se pierde. Su amor no se agota. Su fidelidad no caduca.
Esa es la verdadera riqueza. Lo que realmente sostiene nuestra vida no es lo que tenemos, sino en quién confiamos. Jeremías no necesitaba una tierra para sentirse seguro. Su seguridad estaba en el Dios que nunca lo abandonó. Su esperanza no estaba en lo que podía ver, sino en Aquel que todo lo ve.
Esta declaración no es exclusiva de Jeremías. A lo largo de la Biblia, encontramos a otros hombres de fe que hicieron la misma afirmación:
David escribió: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte.” (Salmo 16:5)
Asaf, en medio de su quebranto, dijo: “Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre.” (Salmo 73:26)
Estas voces nos recuerdan que, en cada generación, hay quienes han encontrado en Dios su todo. Y hoy, tú también puedes unirte a ese coro de fe.
Vivimos en una cultura que nos empuja a medir nuestra vida por lo que poseemos: bienes, logros, títulos, seguidores. Pero el alma no se sacia con eso. El alma solo descansa cuando reconoce que su porción verdadera es Dios mismo.
Cuando Dios es tu porción:
No necesitas compararte.
No codicias lo que otros tienen.
No vives en ansiedad por el mañana.
Porque sabes que tu herencia no se desgasta, no se pierde, no depende de las circunstancias. Tu porción es eterna, fiel, suficiente.
Hoy, en medio de tus luchas, de tus preguntas, de tus anhelos… puedes hacer una pausa y decir: “Señor, Tú eres mi porción. No necesito más. En Ti esperaré.”
Y esa espera no es pasiva. Es una espera con esperanza, con confianza, con gratitud. Porque sabes que el Dios que te ha sostenido hasta hoy, seguirá siendo tu porción mañana… y siempre.
Así que hoy, no mires lo que te falta. Mira a Aquel que nunca te ha faltado. Y con todo tu corazón, declara: “El Señor es mi porción… en Él esperaré.”
Que esta verdad te acompañe, te fortalezca y te llene de paz.
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