En medio de una sociedad donde las palabras abundan y los discursos se multiplican, surge una verdad eterna que nos interpela con fuerza: el evangelio no solo se predica, también se vive. Este principio, profundamente arraigado en las Escrituras, nos invita a examinar nuestra conducta diaria y a permitir que sea Cristo quien brille en nosotros.
La carta del apóstol Pablo a los filipenses nos ofrece una guía clara sobre este tema:
“Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros.” (Filipenses 4:9)
Pablo no se presenta como un maestro teórico, sino como alguien cuya vida era un reflejo fiel del mensaje de Cristo. Su ejemplo no se limita a enseñanzas verbales; su conducta misma era una predicación viva.
Hoy en día, muchos asocian el acto de predicar con escenarios visibles: púlpitos, redes sociales, conferencias… Sin embargo, el mensaje más poderoso que podemos compartir está en la vida cotidiana transformada por el Espíritu Santo. En Romanos 1:22, Pablo advierte sobre la incoherencia espiritual:
“Profesando ser sabios, se hicieron necios.”
Cuando nuestras acciones contradicen nuestras palabras—cuando predicamos amor pero actuamos con ira, hablamos de paz pero fomentamos el conflicto—distorsionamos la imagen del evangelio ante los demás.
La solución no radica en aparentar perfección, sino en permitir que Cristo viva en nosotros. Gálatas 2:20 lo expresa con claridad:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…”
Este es el fundamento de una vida cristiana auténtica: menguar nosotros para que Él crezca. Que no sea nuestra voluntad, sino la de Dios, la que dirija nuestras decisiones, palabras y actitudes.
No todos tienen un micrófono, pero todos tienen una vida que puede hablar con fuerza. La forma en que respondemos con paciencia, actuamos con generosidad o enfrentamos el dolor con esperanza puede ser el mensaje que toque el corazón de quienes nos rodean.
Así como Pablo fue una “carta abierta” de Cristo, también nosotros podemos ser testimonios vivientes. Que nuestra vida sea clara, coherente y llena del amor de Dios, para que el nombre de Jesús no solo se escuche, sino que se vea y se sienta a través de nosotros.
Que el Dios de paz esté con nosotros, guiando cada paso de nuestro caminar diario.
MIRA NUESTRA ACTIVIDAD EN LAS REDES SOCIALES