En los momentos de necesidad, incertidumbre o espera, es fácil preguntarse si Dios realmente está atento a nuestras oraciones. Pero la Palabra de Dios nos ofrece una respuesta clara y poderosa: sí, Él está atento, y no escatima recursos para sus hijos. Esta verdad, basada en Romanos 8:32, puede renovar nuestra confianza y cambiar la forma en que oramos, esperamos y vivimos.
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
Este versículo es una declaración contundente del amor y la generosidad de Dios. Nos recuerda que el Padre no se reservó lo más valioso: entregó a su propio Hijo por amor a nosotros. Si ya nos dio lo más grande, ¿cómo no nos dará también lo que necesitamos para vivir, crecer y cumplir su propósito?
La palabra “escatimar” proviene del griego feidomai, que significa abstenerse, ser cauteloso o tratar con reserva. Pero Dios no fue reservado con su amor. No dudó. No se contuvo. Desde antes de la creación del mundo, ya había planeado nuestra redención. Su entrega fue total, sin condiciones, sin límites.
Esto nos revela algo profundo: Dios no actúa con mezquindad ni con temor. Su naturaleza es generosa, abundante, y siempre orientada al bien de sus hijos.
Aunque esta promesa es clara, muchas veces sentimos que nuestras oraciones no son respondidas o que los recursos que necesitamos no llegan. La Biblia nos muestra dos razones principales por las que esto puede ocurrir:
Desde nuestra perspectiva humana, algo puede parecer deseable o necesario. Pero Dios, como Padre sabio, ve más allá. Él conoce el futuro, nuestras debilidades y lo que realmente nos conviene.
“¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” —Mateo 7:9–11
Dios no nos dará algo que pueda dañarnos, aunque lo deseemos con insistencia. Su amor también se manifiesta en su protección.
La fe es el canal por el cual recibimos las promesas de Dios. Jesús fue claro al decir:
“De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis… será hecho.” —Mateo 21:21
Y también nos advierte que la incredulidad puede limitar lo que Dios quiere hacer:
“Y por la incredulidad de ellos no hizo allí muchos milagros.” —Mateo 13:58
La fe no es solo un sentimiento, es una convicción basada en la Palabra. Por eso, para pedir correctamente y con confianza, debemos permanecer en comunión con Dios y conocer su voluntad.
Jesús nos dio una promesa poderosa en Juan 15:7:
“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.”
Permanecer en Cristo significa vivir en relación constante con Él, dejar que su Palabra moldee nuestros pensamientos, deseos y decisiones. Cuando oramos desde esa conexión, nuestras peticiones se alinean con su voluntad, y entonces podemos esperar con certeza que Él responderá.
Hoy te invito a hacer una pausa y preguntarte: ¿Qué necesidades están presentes en tu vida? ¿Qué cargas llevas en tu corazón por tu familia, tu salud, tus finanzas, tus sueños?
Dios no escatima recursos. Él es un Padre generoso, sabio y fiel. Pero también es un Padre que responde a la fe, a la obediencia y a la comunión con Él. Si ya te dio lo más valioso —su Hijo—, ¿cómo no te dará también todo lo demás?
Haz tu oración con fe. Cree que Él escucha. Espera con expectativa. Porque el Dios que no escatimó a su Hijo, tampoco escatimará lo que necesitas para vivir en plenitud.
MIRA NUESTRA ACTIVIDAD EN LAS REDES SOCIALES