En un día crudo de invierno corría veloz a través de la montaña un carruaje, llevando como pasajeros a una madre con su hijo. Helaba de una manera horrible, y el aire que se metía en el coche, era tan intensamente frío que la mujer iba tiritando. A pesar de que el niño estaba bien arropado, la madre se quitó el manto y lo echó encima de él, a fin de que el frío no lo hiciera despertar de su tranquilo sueño.
Al poco rato notó el cochero que la mujer había caído en una especie de aturdimiento y presentaba los primeros síntomas del letargo. Saltó del carruaje, la iba a envolver con una vieja manta del caballo, cuando observó que sus miembros estaban ya completamente rígidos. Entonces comenzó a darle voces, la agarró del brazo y después de unas cuantas sacudidas la echó fuera del carruaje, dejándola en medio de la helada carretera.
En el mismo momento que ella volvía en sí, el cochero subió con presteza a su asiento, hizo restañar el látigo y el carruaje se alejó de ahí con rapidez. La mujer echó a correr detrás gritando desesperadamente: ¡Hijo mío, hijo mío!
Fue una carrera de vida o muerte durante algún tiempo, en el cual la mujer dejó atrás detrás de sí un trecho de la carretera. Por fin la tartana se detuvo.
El sagaz cochero ayudó a subir en el carruaje a la mujer, que de tanto correr había agotado ya todas sus fuerzas, pero que por otro lado había logrado entrar en reacción. De este modo salvó su vida mediante una feliz estratagema. Con gran solicitud la envolvió en la manta y sin más contratiempo llegaron a su destino. La aparente dureza del cochero no fue otra cosa que amabilidad.
En ocasiones, las diferentes actividades, el trabajo e incluso la familia y los amigos pueden actuar en nosotros como el frío, que nos van aletargando en nuestra relación con Dios. Si bien no se trata de dejar nuestras actividades y mucho menos a la familia y los amigos, debemos tener en claro cuáles son las prioridades que tenemos para evitar que interfieran en nuestra relación con nuestro Padre.
Muchas veces, cuando no nos damos cuenta de que estamos empezando a aletargarnos, Dios actúa como el cochero tratando de que reaccionemos con cosas pequeñas como hablar fuerte, tomarnos del brazo, pero cuando no funciona, usa métodos más fuertes como echarnos del carruaje. Normalmente no entendemos porqué Dios permite esas cosas o las vemos como una maldad, pero si no recibimos sacudidas tan fuertes pereceremos.
“Dios bendice a los que soportan con paciencia las pruebas y las tentaciones, porque después de superarlas, recibirán la corona de vida que Dios ha prometido a quienes lo aman”. Santiago 1:12 (NTV)
Los problemas pueden ser la herramienta de Dios para que volvamos a Él porque sin duda nuestro Padre intentará por todos los medios hacer que reaccionemos y lleguemos bien a nuestro destino final.
Algunas veces deberemos ser más fuertes que otras, ponernos en pie y correr como la mujer de la historia, como si se tratara de una carrera de vida o muerte, porque es justamente eso.
El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Artículo producido para Radio Cristiana CVCLAVOZ.
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