En un mundo donde el amor se celebra, se idealiza y muchas veces se malinterpreta, el apóstol Pablo nos invita a mirar más allá de la emoción y a abrazar un amor que se fundamenta en la sabiduría divina. En Filipenses 1:9–10, Pablo escribe:
“Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo.”
Este pasaje no solo revela el corazón pastoral de Pablo, sino también su profundo entendimiento de lo que significa amar verdaderamente. Él no pide que los creyentes simplemente amen más, sino que lo hagan mejor. Que su amor crezca en discernimiento, en conocimiento espiritual, en la capacidad de distinguir lo que agrada a Dios.
Vivimos tiempos en los que el amor se confunde con permisividad. Se nos dice que amar es aceptar todo, justificar todo, incluso lo que contradice la voluntad de Dios. Pero Pablo nos recuerda que el amor verdadero no se guía por impulsos ni por emociones pasajeras, sino por la verdad revelada en la Palabra.
Amar sabiamente implica examinar nuestras acciones, nuestras intenciones y nuestras decisiones. La palabra griega usada en el texto, dokimadzo, significa “poner a prueba”, “discernir”, “aprobar lo mejor”. No todo lo que parece amor lo es. No todo lo que se siente bien está bien.
Dios es nuestro modelo supremo de amor. Él entregó a su Hijo por nosotros, pero también nos dejó su Palabra como guía. Su amor no es indulgente con el pecado, porque su santidad no lo permite. Efesios 5:1 nos llama a imitarlo como hijos amados. Y si Él ama con justicia, ¿por qué nosotros justificaríamos lo que Él ha prohibido… en nombre del amor?
Amar como Dios ama es amar con verdad, con justicia, con discernimiento. Es buscar agradarle en cada relación, en cada decisión, en cada acto de servicio.
Cuando permitimos que el Espíritu Santo nos guíe, nuestro amor se transforma. Ya no es un amor impulsivo, sino uno que edifica, que corrige con ternura, que abraza sin perder la verdad. Es un amor que nos hace sinceros, sin doblez. Irreprensibles, con un testimonio limpio. No perfectos, pero sí aprobados por Dios.
Romanos 14:22 nos recuerda:
“Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba.”
Esa es la bendición de amar sabiamente: vivir con paz, con claridad, con propósito.
Pidamos como Pablo: que nuestro amor abunde… pero que lo haga con sabiduría. Que no se desborde sin rumbo, sino que fluya como río guiado por la Palabra. Porque amar sabiamente… es amar como Dios ama.
MIRA NUESTRA ACTIVIDAD EN LAS REDES SOCIALES