Tres jóvenes judíos Sadrac, Mesac y Abed-nego se encontraban frente al rey de Babilonia enfrentando una seria acusación, el delito fue no rendir reverencia a la imagen de oro que habían levantado en honor a él.
Cuando el rey los confrontó y además les advirtió sobre el castigo que recibirían si fuera verdad la acusación, ellos respondieron: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.” Daniel 3:17-18
Sin dudar fueron echados al horno, y se acercó el rey para verificar su muerte; sin embargo, cuando lo hizo, se quedó sorprendido al ver que nada les había ocurrido. De inmediato los llamó para que salieran y muy sorprendido dijo: Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios.” Daniel 3:28 (RVR1960)
Lo obediencia siempre nos traerá bendición no sólo personal sino también a los que nos rodean, así como estos jóvenes prefirieron ser quemados a ceder, no sólo hubo recompensa por su determinación sino que su actitud fue de testimonio a un rey incrédulo que llegó a alabar a Dios y mostrar favor ante el pueblo judío.
Por ello cuando nos encontramos en la encrucijada de obedecer a Dios o al mundo debemos elegir a nuestro Señor. No sólo para favorecernos sino porque somos la luz del mundo, la gente ve a Dios a través de nuestras vidas.
Aunque no recibamos nada en el instante, tenemos que estar seguros que es mejor la obediencia que los sacrificios.
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