“Manténganse alerta; permanezcan firmes en la fe; sean valientes y fuertes.” 1 Corintios 16:13 (NVI)
Hay muchos que anhelan tener una fe inquebrantable y además es algo que Dios nos manda a desarrollar, pero el problema es que muchas veces no hay la disposición a pagar el precio por obtenerla.
La fe en Dios se va perfeccionado a diario, es el fruto de un trabajo arduo en conocerlo, estar en comunión, guardarse en santidad, y también considerar los desafíos de la vida como escalones hacia una fe firme.
Un ejemplo es de los tres jóvenes judíos, Sadrac, Mesac y Abed-nego, cuando dijeron a Nabucodonosor: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:17-18).
Ellos no sabían qué iba a hacer Dios ni cómo los libraría, pero su fe mantuvo su esperanza y aunque no veían la respuesta creyeron que Dios los salvaría porque estaban obedeciendo Su Palabra antes que adorar a otros dioses. No les importó la condición en la que estaban sino en qué iban a hacer para que esa fe que tenían en Dios sea su fortaleza. ¡El Señor los salvó y respaldó su confianza!
Quizás sea fácil hablar de fe cuando todo marcha bien en nuestro alrededor, pero la fe que se desarrolla en medio de la tormenta es la más poderosa, la que te permite crecer espiritualmente, alcanzar los propósitos de Dios y experimentar la respuesta divina.
Tu fe en Dios no sólo debe estar viva cuando todo esté bien, sino también ante las adversidades, porque te unirá al corazón del Señor para que recibas fortaleza.
MIRA NUESTRA ACTIVIDAD EN LAS REDES SOCIALES