La historia de Noé es conocida por muchos, pero pocas veces se reflexiona sobre lo que ocurrió dentro del arca. Más allá del diluvio, hubo un tiempo de espera, de incertidumbre, de silencio. Noé y su familia estaban encerrados, rodeados de animales, sin saber cuándo terminaría la tormenta. No había ventanas laterales, ni noticias en tiempo real. Solo una abertura en el techo… una invitación a mirar hacia arriba.
Este detalle no es menor. En medio de la oscuridad, Dios dejó una sola dirección para mirar: el cielo. Porque cuando todo parece cerrado, Dios abre el cielo.
Imagina estar en esa situación. Semanas sin ver tierra firme, sin saber si el arca resistirá, sin respuestas claras. Es natural pensar que Noé se preguntó:
¿Cuándo parará la lluvia?
¿Y si el arca se rompe?
¿Qué nos espera allá afuera?
Pero Noé tenía algo que lo sostenía: conocía a Dios. Y eso era suficiente. Él sabía que quien cierra la puerta también sabe cuándo abrirla. Que quien envía la lluvia también prepara el sol. Que quien guía el arca… nunca abandona a los suyos.
La Biblia nos dice:
“Y fue el diluvio cuarenta días sobre la tierra… y flotaba el arca sobre la superficie de las aguas… y quedó solamente Noé, y los que con él estaban en el arca.” (Génesis 7:17-23)
Noé no tenía control sobre el tiempo ni sobre el destino. Pero tenía algo más valioso: la certeza de que Dios estaba con él. Esa fe no lo sacó del arca de inmediato, pero lo sostuvo mientras flotaba. Porque la fe no siempre cambia las circunstancias… pero siempre cambia nuestra perspectiva.
Hoy, tú y yo también navegamos por aguas inciertas. Tal vez no dentro de un arca literal, pero sí en medio de tormentas personales, sociales o espirituales. Crisis económicas, enfermedades, rupturas, ansiedad… cada uno tiene su propio diluvio. Y como Noé, no vemos lo que viene. Pero podemos mirar hacia arriba.
El Salmo 91 nos recuerda:
“El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré.”
Este salmo no es solo poesía. Es una declaración de fe. Nos dice que Dios es:
Un escudo que protege.
Un refugio que abriga.
Un castillo que no se derrumba.
Una madre que cubre con sus alas.
Y aunque caigan mil a tu lado, y diez mil a tu diestra… a ti no te tocará. Porque sus ángeles patrullan tus caminos, y su presencia es más fuerte que cualquier amenaza.
Si hoy estás esperando, resistiendo, preguntando… Recuerda que Dios sigue teniendo el control. Él no ha perdido de vista tu arca. Y aunque no veas ventanas, hay una abertura en el cielo.
Mira hacia arriba. Tu esperanza está viva. Tu castillo sigue firme. Y tu Dios… nunca falla.
MIRA NUESTRA ACTIVIDAD EN LAS REDES SOCIALES