En medio del ruido del mundo, cuando las voces se superponen y las preocupaciones nos abruman, hay una verdad que consuela, transforma y nos invita a mirar al cielo con humildad: “El Señor atiende al humilde.”
¿Alguna vez has sentido que nadie te escucha? Que tus oraciones se pierden en el vacío, como si fueran susurros ahogados por el bullicio de la vida. El Salmo 138 nos recuerda que Dios no solo escucha, sino que atiende, considera, provee y visita… especialmente al corazón humilde.
David, el salmista, lo expresó con profunda convicción: “Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos. Si anduviere yo en medio de la angustia, tú me vivificarás.” (Salmo 138:6-7a)
Estas palabras no nacen de la teoría, sino de la experiencia. David conocía a Dios porque caminaba con Él cada día. Sabía que el Señor no es indiferente al sufrimiento, sino que se acerca al que se humilla y clama.
La palabra hebrea para “atender” es raá, que implica mucho más que simplemente mirar. Significa ver con compasión, considerar con intención, levantar al caído, proveer al necesitado, visitar al que está solo. Es la misma expresión que usamos cuando decimos: “Hoy mi doctor me puede atender.” Pero a diferencia de los humanos, que tienen límites de tiempo y espacio, Dios es omnipresente. Él puede atendernos a todos, al mismo tiempo, con total dedicación.
El apóstol Pedro lo reafirma: “Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones.” (1 Pedro 3:12a)
Dios no solo ve, sino que escucha. No solo escucha, sino que responde. Pero hay una condición: la humildad.
El humilde es aquel que ha dejado la arrogancia, que reconoce su necesidad de Dios, que se somete con confianza y está dispuesto a obedecer. A ese corazón, Dios lo atiende. Lo vivifica. Lo fortalece.
En cambio, el altivo —el que se cree autosuficiente, el que se eleva por encima de los demás y hasta de Dios— es mirado de lejos. No porque Dios lo rechace, sino porque espera que su corazón cambie. Que se acerque. Que se rinda.
Cuando atravesamos momentos de angustia, no hay mejor lugar que los brazos del Señor. Él nos atiende. Nos vivifica. Nos renueva.
Hoy, si tu alma está cansada, si tu corazón está herido, si tus fuerzas se han agotado… ve a Dios con humildad. No necesitas palabras perfectas, solo sinceridad. No necesitas méritos, solo fe.
Porque el Señor atiende al humilde. Lo ve. Lo considera. Lo levanta. Lo visita. Y en medio de la angustia, Él te vivificará.
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