Hay momentos en la vida espiritual en los que, a pesar de nuestra obediencia, el entorno parece no reconocer lo que Dios ha puesto en nosotros. El llamado se vuelve invisible ante los ojos de los demás. Las críticas, las dudas, incluso el rechazo, pueden hacer que nos preguntemos si realmente estamos en el camino correcto.
Pero la Biblia nos recuerda que Dios no necesita la aprobación humana para respaldar a quien Él ha elegido. Su forma de confirmar un llamado puede ser tan clara como una señal imposible de ignorar.
En el libro de Números, capítulo 17, se relata una situación tensa entre el pueblo de Israel y sus líderes. Aarón, el sacerdote escogido por Dios, fue cuestionado por Coré y otros líderes tribales. Ellos afirmaban que Dios no hablaba solo por Moisés y Aarón, sino por todos. Esta rebelión terminó en juicio divino: la tierra se abrió y los tragó. Sin embargo, el pueblo seguía murmurando.
Dios, entonces, propuso una prueba definitiva. Cada jefe de tribu debía entregar una vara de almendro con su nombre escrito. La vara de la tribu de Leví llevaría el nombre de Aarón. Todas serían colocadas en el Tabernáculo, y nadie podría entrar durante la noche.
Al día siguiente, Moisés entró al Tabernáculo. Lo que vio fue asombroso: la vara de Aarón no solo había reverdecido… tenía brotes, flores, ramas nuevas… ¡y almendras maduras! Una señal imposible en términos naturales. Una intervención divina que dejó claro: Dios había elegido a Aarón. Fin de la discusión.
Este milagro no fue solo una respuesta a la duda. Fue una declaración pública del respaldo de Dios. Una vara seca, sin vida, se convirtió en símbolo de elección, autoridad y propósito.
Lo más impactante de esta historia es que Aarón no era un hombre impecable. Él había fallado. Fue quien construyó el becerro de oro cuando el pueblo se desesperó en el desierto. Pero Aarón también fue transformado. Aprendió de sus errores. Se humilló. Y Dios, en su misericordia, respaldó su ministerio.
Esto nos enseña algo profundo: Dios no escoge a los que nunca fallan. Escoge a los que, a pesar de sus caídas, deciden levantarse y seguirle con fidelidad. El respaldo de Dios no se basa en perfección, sino en obediencia.
Tal vez tú también has sido cuestionado. Has compartido el mensaje, has sembrado con fe, has trabajado con entrega… y lo único que has recibido es indiferencia, burla o rechazo. En esos momentos, es fácil pensar que nada está ocurriendo. Que la vara sigue seca.
Pero recuerda: nosotros no cambiamos corazones. Eso lo hace Dios. Y cuando Él decide intervenir, lo hace con poder. Lo hace de forma que nadie puede ignorar.
Si estás al frente de un ministerio, de una misión, de una causa que Él te confió… y no ves el fruto que esperas, pídele que actúe. Él sabe cómo hacerlo. Y cuando su respaldo llega, nadie queda indiferente. La vara florece. El milagro ocurre. Y el propósito se confirma.
Hoy, descansa en esta verdad: Dios respalda a quienes le obedecen. Aunque la vara parezca seca, Él puede hacerla florecer. No te desanimes por la aparente falta de resultados. El respaldo de Dios no siempre llega en el tiempo que esperamos, pero cuando llega, transforma todo.
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