En algún momento de la vida, todos nos hemos hecho una pregunta que, aunque sencilla, tiene el poder de sacudirnos profundamente: ¿Hay algo más que esto?
No es una pregunta de desesperanza, sino de hambre. Hambre de sentido, de verdad, de Dios. Surge en medio de la rutina, cuando la fe parece estancada y los días se repiten sin sabor. Es el eco de un alma que busca algo más profundo que lo visible.
La historia del funcionario etíope en Hechos 8:27–28 nos presenta a un hombre de alto rango, servidor de la reina Candace, que viajó hasta Jerusalén para adorar. No era un viaje político ni comercial, sino espiritual. Visitó el majestuoso templo de Herodes, rodeado de solemnidad y rituales, pero al regresar, su corazón seguía inquieto.
Este hombre representa a muchos que buscan a Dios en lo externo, pero regresan con preguntas sin respuesta. Su viaje físico reflejaba un viaje interior: el deseo de encontrar algo más.
Mientras leía el profeta Isaías en su carruaje, el Espíritu Santo guió a Felipe para acercarse. Felipe no lo confrontó ni lo juzgó. Solo le preguntó: “¿Entiendes lo que lees?”
El etíope respondió con humildad: “¿Cómo podré, si nadie me lo explica?”
Este momento revela algo profundo: la Palabra de Dios puede ser poderosa, pero necesita ser acompañada por revelación y guía espiritual. Felipe le habló de Jesús, del siervo sufriente, del Salvador que transforma desde dentro.
El impacto fue tan profundo que, al ver agua en el camino, el etíope pidió ser bautizado. No necesitó más ceremonias. Lo que buscaba no era religión ni tradición, sino una relación viva con Cristo. Y volvió a su tierra transformado, con una fe que ya no dependía de estructuras externas.
Hoy, tú y yo podemos estar como ese hombre. Con fe, sí… pero con hambre. Con preguntas que no se resuelven en templos ni tradiciones. Con el alma diciendo: “¿Hay algo más que esto?”
Y la respuesta es sí. Sí, hay más. Más profundidad. Más presencia. Más vida abundante.
Lo que Dios ofrece no es una experiencia ocasional, sino una relación constante. No se trata de cumplir con rituales, sino de caminar con Él cada día. Jesús no vino a imponer, sino a invitar. No vino a condenar, sino a sanar.
Si hoy tu alma pregunta… No te conformes. No te detengas. Dile al Señor: “Estoy listo. Dame más de ti.”
Y Él, como con el etíope, te sorprenderá.
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